“Acerca de la guerra contra el terrorismo”, por Diego Ferriz

Terrorismo islámicoNuevos ataques del terrorismo yihadista en Europa, esta vez en el corazón de la UE, víctima de una amenaza que parece cada vez más difícil de controlar. Más bajas de civiles inocentes en Bruselas que podríamos sumar a las causadas desde el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Washington, Boston, Madrid, Londres, París, Turquía, Egipto, La India, Marruecos, Túnez, Indonesia, Afganistán, Pakistán, Irak, Siria, Israel, etc… Toda una carnicería criminal en respuesta a lo que, nos diría el enemigo islamista, supone la invasión, el sometimiento occidental de tierras islámicas desde las guerras del golfo emprendidas por Bush padre y Bush hijo y, cabría decir, incluso desde antes; desde que se estableció el Estado judío después de la segunda guerra mundial y los palestinos fueron privados de sus históricos dominios.

Son miles de muertos en América, Europa, África y Asia, pero las víctimas del terrorismo proceden de los cinco continentes, pues también han muerto decenas de australianos en diversos atentados, principalmente en Indonesia. Así pues, creo yo, se trata de un conflicto global al que cabría sumar también a Rusia y Chechenia, una guerra de facto -¿la tercera guerra mundial? -entre el occidente judeo-cristiano y el geográficamente poderoso oriente musulmán. A pesar de que los gobiernos de la mayoría de naciones de tradición islámica no están en guerra con nosotros. Porque sus gentes sí lo están: hay hoy en día, con toda seguridad, millones de musulmanes que nos consideran sus enemigos, y entre éstos, miles de jóvenes dispuestos a sacrificar sus vidas con tal de arrebatarnos la nuestra. Es una verdad innegable y preocupante.

¿Se puede hacer algo más contra el terrorismo de lo que venimos haciendo hasta ahora? No es fácil responder a esta pregunta. Después de la invasión de Kuwait, George Bush padre decidió invadir Irak y lo consiguió, pero no derrocó a Sadam Hussein. Una guerra, a mi modo de ver, lícita y justificada por la agresión iraquí. Años después, George Walker Bush respondió al 11-S invadiendo Afganistán. Otra guerra, desde mi punto de vista, legitimada por la negativa de los talibanes a entregar a los americanos a Osama Bin Laden y sus adláteres. George W. Bush entendió que se debía responder al terrorismo islamista de manera global y, apoyándose en Blair y Aznar, organizó la segunda guerra del golfo y volvió a invadir Irak. De cara a la opinión pública, se argumentó la existencia de armas de destrucción masiva en este país, hecho que no pudo ser probado y deja en fuera de juego a Bush y sus aliados: es una guerra mucho más discutible. Pero, esta vez sí, cayó Saddam Hussein y se produjo un largo combate entre las tropas occidentales, principalmente estadounidenses y británicas, y los miles de soldados iraquíes, a los que se sumaron otros miles de musulmanes llegados a Irak desde todos los confines del Islam. A éstos habría que sumar los que, igualmente desplazados desde sus fronteras, combatieron y murieron en Afganistán.

Hoy en día, Al Qaeda sigue actuando pero quizá, comparativamente, ya no sea el principal enemigo de Occidente: Barak Obama reparó el orgullo americano acabando con Bin Laden, algo que para mí era prioritario y debe reconocérsele, mientras por otro lado ha surgido el Estado Islámico y se ha convertido en una amenaza mayor. En estos momentos, millones de refugiados procedentes de Siria, Irak y otras naciones musulmanas tratan desesperadamente de llegar a Europa, mientras, de una u otra manera, Estados Unidos, Rusia, Francia, ahora Bélgica y otros aliados occidentales bombardean sistemáticamente las posiciones del Estado Islámico. Las tropas leales al presidente sirio siguen combatiendo y parecen haber recuperado la ciudad de Palmira.

Lo que debemos preguntarnos los europeos y americanos es si debemos formar otra coalición internacional y, además de bombardear al Estado Islámico, enviar tropas terrestres para la invasión de su territorio, única manera de acabar definitivamente con ellos. Yo no tengo claro lo que debe hacerse: respeto el criterio de Barak Obama, por ahora reacio a la invasión, así como el de ingleses, franceses, españoles y demás aliados occidentales. Pero me pregunto si la estrategia de George Walker Bush, tan criticada en su día, era la más acertada tratándose de derrotar a tan escurridizo e incontrolable enemigo. Es posible, por otra parte, que un eventual presidente republicano de los Estados Unidos se decida a emplear otros métodos contra el terrorismo y enviar tropas terrestres al frente; no me parece descabellado porque la situación actual, susceptible de diversos análisis, genera un problema consecutivo no menos alarmante.

Los Estados Unidos de América siguen siendo el principal enemigo de los terroristas yihadistas. Pero precisamente por serlo –de América- permanecen a salvo del segundo problema: sus fronteras no se ven amenazadas por la invasión de millones de refugiados procedentes de las tierras en conflicto, como sí sucede en Europa. En mi opinión, los europeos no debemos esperar que los americanos nos saquen las castañas del fuego en esta situación que no les afecta directamente: ya nos ayudaron a derrotar a Hitler, así como libraron a Asia y Oceanía del imperio japonés, lo que merece nuestro agradecimiento. Pero hoy en día, Obama debe de valorar que una invasión de Siria, Irak y demás territorios conflictivos podría acabar a medio y largo plazo con el terrorismo islamista pero suponer una cifra seguramente mayor de muertos occidentales: perderíamos miles, quizá cientos de miles, de nuestros jóvenes, desplazados desde el bienestar de occidente hasta el infierno de la guerra.

Por eso yo no quiero criticar a Obama, respeto su política internacional y me parece que, en la diabólica alternativa de elegir que mueran los ciudadanos occidentales en atentados terroristas en cualquier lugar del mundo, o enviar a nuestros jóvenes a una muerte segura, se está decantando por reducir el número de víctimas inocentes al máximo. Creo que es un buen hombre, juicioso y no demasiado interesado en el control del petróleo de Oriente Medio, algo que se le podría criticar a los Bush y, en general, a los republicanos estadounidenses, no así su generosa entrega a una causa que es de todos. Desde los años 60, todo presidente de Estados Unidos tiene en la memoria las guerras de Corea –otra nación, al menos en su mitad sur, salvada del comunismo radical- y Vietnam, sus consecuencias en la sociedad y su ejemplo a evitar.

Desde el punto de vista europeo, lo que me parece más coherente a priori es pacificar los territorios en disputa y enviar de regreso a sus tierras a los millones de refugiados; una apertura descontrolada de fronteras podría desestabilizar los cimientos sociales del viejo continente a medio plazo y amenazar la pervivencia de sus valores, amén de aumentar la cifra de parados y la crisis económica, así que no me parece que sea una solución razonable. Pero tampoco deberíamos cerrar los ojos y abandonar a su suerte a esos millones de desdichados inocentes; si no queremos que se establezcan en nuestras tierras, debemos ofrecerles una alternativa digna. Y ésta es, no hay otra, invadir Siria, Irak y demás territorios en guerra, pacificarlos y recuperarlos para sus habitantes, para sus gentes de paz y de bien. ¿A qué precio?

El coste de víctimas occidentales, ya lo he dicho, sería probablemente mayor que el que ahora estamos pagando. La verdad, no me gustaría estar en la piel de Obama, Rajoy, etc… No existe una solución ideal a la actual crisis humanitaria, a la guerra de nuestros días, y se ven abocados a tomar decisiones que, de una u otra manera, se traducen en la pérdida de vidas humanas. Pero nosotros, los europeos, debemos dar un paso al frente y no esperar cruzados de brazos que nuestro amigo americano, una vez más, asuma nuestra defensa a costa de sus jóvenes y nos libre de un mal endémico. Debemos asumir que, desgraciadamente, seguirán muriendo ciudadanos europeos, aquí o allí, mientras no se derrote al enemigo yihadista.

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